XXVIII

Un signo evidente del grado de obediencia alcanzado en nuestros tiempos es el acatamiento, asunción y ejecución de la ORDEN inmisericorde de TOMAR IMÁGENES sin tregua, antes bien que vivir, a pesar y, si hace falta, en contra de la propia vida. Tampoco cabe dudar de la eficacia del proceso, la puesta en práctica del operativo. La sofisticación lograda en los mecanismos de control se pone de manifiesto en que no ha sido necesario efectuar ningún disparo, ni tan sólo de advertencia; al contrario, el proceso ha sido limpio y ordenado porque todo el mundo parece dispuesto a colaborar, a apuntar y disparar desde el principio, consenso unánime. Basta con indicar un objetivo; todo el mundo abrirá fuego, sin importar las víctimas ni que ellos mismos sean los primeros en caer. La población estaba predispuesta a la inmolación colectiva. La fotografía se ha convertido en un instrumento de inhibición suicida, parálisis productiva, una actividad desencadenada por un extraño sustrato modificado, manipulado, que sólo activa una relación para mejor detenerla, acabar con ella, mediante la producción de una especie intermediaria, la imagen-máquina, que bloquea, inactiva el propio ver y, sobre todo, imposibilita actuar. Quien toma una fotografía no es un vidente, es un hablante, HABLA el el lenguaje (de la) máquina, es portavoz de un código binario; el ataque se realiza desde dos frentes: ni ve lo que registra, porque mira la pantalla de un lenguaje; ni tampoco actúa, la atención no se centra en un posible movimiento, un gesto cualquiera, sino en una imagen del mundo que parece definitiva, exhaustiva, tan disuasoria de la acción como la autoridad de una PALABRA divina, verbo hecho carne. Las nuevas tablas de la ley: No vivirás. Visto y dicho todo, no queda nada que hacer, por hacer. La imagen-máquina, palabra providencial, nos condena a la inactividad. No vale la pena continuar. Podemos morir ya. Somos prescindibles. El fracaso es previo al inicio del proyecto. El fracasado entusiasta es la verdadera figura de la generación digital; la norma y no la excepción. Por mucho que se afane ejercer el papel de sujeto, sustrato de la operación, tanto los medios como los resultados le contradicen. El único sustrato verdadero es la TÉCNICA y la única especie a tener en cuenta el DATO. Cuanto más intente alcanzarse a si mismo más se alejará; el triunfo siempre equivaldrá a una derrota, a una rendición, a asumir, sin coacciones, la necesidad del REGISTRO, esto es, controlar, hacer un seguimiento y obtener información de uno mismo y de todo lo que le rodea, espacios, cosas, personas y seres vivos, la parcela de realidad asignada. El lenguaje siempre es un medio de obediencia, de transmisión de órdenes, es imprescindible hacer y DAR EL INFORME sin importar las consecuencias, a toda costa. Estar informado e informar es vital, nada tiene mayor importancia. La realidad es culpable, sospechosa, debe ser interrogada sin descanso para sonsacar, conseguir información, obtener algún dato que sea útil en el curso de la investigación. La fotografía es de naturaleza judicial, policial, supone un interrogatorio continuo a la realidad que, como es lógico, tiene por imperativo obtener siempre la mayor información posible y, por tanto, evita tanto el exceso como el defecto, la sobreexposición, las luces quemadas, y la subexposición, las sombras sin detalle, porque en los dos casos se produce una pérdida de información valiosa, disminuye el número de datos registrados. Esta moral de corte fotográfico, ejerce un control de la exposición, una vigilancia voluntaria, que convierte a todo usuario de un dispositivo de captación de imágenes en colaboracionista y cómplice del proceso a lo visible, acusador y encausado, víctima y verdugo de la causa a lo REAL. Es un informador. Un delator. No para de disparar durante el juicio. El disparo es la sentencia.

Las INFORMACIONES se han revelado ciertas, el anuncio y la propaganda no apuntan a un porvenir incierto, a una futura realización, una posibilidad  más, ahora mismo son el MEDIO en el que se desarrolla la vida, la propaganda de lo posible es el hecho consumado. La ficción y la realidad coinciden en una exposición perfecta. Ser es propagar rumores. Al margen, la AUSENCIA como forma de vida no-expuesta, plenitud de la desinformación, necesita encontrar su propia imagen, la falta de conocimiento busca mostrarse en cuanto tal. No ha habido nunca ciencias exactas. La inexactitud es una virtud, una potencia activa. No hay que exponerse innecesariamente. La única manera posible de eludir la orden de registro, de desactivar la inhibición suicida, es sobrepujar el exceso y el defecto de la exposición: QUEMAR la imagen y PARAR la máquina. No es una propuesta, es un evento probado, un cortafuegos. En muy raras ocasiones, un acto político consigue visualizar una no-política, una presencia insinuar una ausencia. La quema de una unidad móvil de televisión y de una excavadora utilizada para derribar un edificio ocupado es un hecho de estas características. A la vez demasiado claro y demasiado oscuro, idea carbonizada, es un acto político y una crítica práctica de la imagen. No son objetivos al azar; es un ataque en toda regla a la línea de flotación de las instancias y los agentes del poder de propagación, es un acto no-histórico contra la HISTORIA. Es un gesto de intuición política dirigido a una no-política, a desaparecer, a volver al anonimato; quemar las imágenes y borrar los datos, desconectar los dispositivos, detener la máquina para que una vida SIN IMAGEN, libre de informantes e informados, permanezca libre de exposición, a cubierto. La inocencia está al otro lado del visor de la cámara, más allá o más acá de las series binarias. La corrupción de los datos no es un accidente, una avería, es una cuestión de supervivencia. El plástico de las tarjetas se derrite al arder, consume el lenguaje que lleva dentro, chisporroteo de palabras eléctricas; el humo negro que desprenden es toda una vida reducida a cenizas, el crematorio personalizado, a medida, portátil, que al fin entrega sus secretos.

Una excavadora no es una máquina cualquiera, en un arma de guerra; en otros países revela su condición sin tantos miramientos. Más parecida a un tanque que a otra cosa, lleva blindaje y el conductor va protegido dentro de una cabina. Terror es poco para definir la impresión que causa este monstruo metálico al demoler las casas. Ya se ha cobrado más de una vida; algunos se atrevieron a interponerse en su camino. Es una pieza más dentro del ejército y de la política de un estado que decide quién puede habitar o no esa tierra, quién es apto para vivir o candidato a morir. Es la SELECCIÓN. No es un fenómeno nuevo, pero ahora es decretada por un estado nacional surgido, entre cadáveres, brumas e idearios políticos, de las ruinas humeantes de un estado nacionalsocialista. Las casualidades no existen. A los primeros les bastó con ser nacionales y una estrella para conseguir sus propósitos; a los segundos, una cruz milenaria, sumada al griterío y el vodevil sangriento, les costó muy caro, resultó al final tener consecuencias fatales. Los abanderados del rojo y el azul también se han cobrado vidas, por el momento de forma desigual, aunque comparten un origen común. La excavadora "KOMATSU" no tiene en su trayectoria delitos de sangre. Da igual. La carcasa naranja arde bajo el cielo nocturno. A su alrededor se congregan numerosas personas, como si asistieran a la quema del último ídolo; sería difícil decir si hay más policías de paisano grabando la escena, entusiastas de la hoguera o meros espectadores. En todo caso, los denominados secretas no han intervenido. Lo han dejado arder. Estaban ahí mirando cómo ardía todo. Eso parece. El espectáculo del fuego siempre atrae las miradas. Un grupo de gente increpa más tarde a algunos de estos policías de incógnito. Una chica les increpa ¡Nenazas! ¡Largaos de aquí! Ha sido muy dura. Heridos en su orgullo, se retiran calle abajo. Tienen la imagen que es lo que querían. El informe es lo primero.

En las calles adyacentes, la megafonía de la policía conmina a ABANDONAR LA ZONA. Suena un mensaje tan fuera de contexto, tan irreal, como si un grupo de astronautas recién llegados a otro planeta exclamaran, nada más pisar el suelo, Abandonen este planeta. Intervención policial inmediata, a seres alienígenas estupefactos. No es sorprendente que una de las furgonetas policiales pase a toda velocidad, ovni de luces y colores, rozando el anuncio del estreno de la película de ciencia-ficción del momento: Al filo del mañana. El agente antidisturbios como el protagonista también está atrapado en un bucle del tiempo, condenado a perseguir una misma quimera en rostros diferentes. Al volver a casa, no sabe ni a quién ha golpeado ni quién le ha golpeado. Todo es muy confuso. Una masa informe, un solo cuerpo con múltiples miembros. Mañana será como hoy. Es una cuestión de afinidades. El temor a una invasión extraterrestre nunca ha desaparecido del todo; es el modelo paródico de toda intervención, la lucha contra los que son menos que humanos. Las fuerzas policiales son siempre supersticiosas. Como algunos de los policías de paisano se han cansado de grabar, prefieren bajar corriendo por las escaleras del metro. No ocultan las características porras extensibles, algunas plateadas, que golpean contra los pasamanos. El ruido siempre funciona para atemorizar. Es un recurso tan conocido que hasta es habitual en las películas de terror. Las víctimas sufren antes de sufrir de verdad, señala el momento del clímax. No hay ninguna directiva interna que prohíba ir al cine; se aprende mucho. Desde los balcones, la gente contempla la ida y venida de las furgonetas ante las barricadas de contenedores, cree estar viendo una película, o para ser más exactos, un videojuego: ¡Parece el GTA! Otros no disfrutan tanto del espectáculo. Han de agacharse porque disparan hacia su balcón. Es un giro del guión imprevisto. La imagen siempre va por delante de la realidad, excepto cuando una pelota de goma, o de foam, impacta en la cara; no ha habido tiempo de ver nada, ni mucho menos de imaginarlo. El disparo definitivo. Quizá nunca más podrá ver. Un ojo vaciado no registra imágenes. El dolor es insoportable. La sangre no es visible desde el helicóptero que sobrevuela la escena. Las aspas son el sonido, el signo audible de una mirada escrutadora, oculta en el cielo, dios de la oscuridad. Otra mirada a pie de calle. Un cámara frente a la excavadora en llamas: Menuda barbacoa. La carne todavía está poco hecha. Espera y verás. Un par de vueltas más y se habrá quemado.

En un sentido contrario a la sobrepuja que desconecta la imagen-máquina, el poder tiene una inventiva propia, no cesa de reinventarse a cada momento, es flujo y estado de guardia inseparables, no hay guarda sin cambio de guardia, la inteligencia operativa también se puede utilizar para fines políticos, de control de la población, para crear medios imaginativos de obtener información, para seguir con la orden de tomar la imagen, de hacer salir a la luz lo que está escondido. La fuerza del retrato se convierte en la obligación de retratarse, sumisión a la imagen. La técnica policial del encapsulamiento muestra la doble condición de la CAPTURA: la toma de imágenes tiene como condición necesaria  la detención, la inmovilización del objeto o sujeto a retratar. Sólo se dispara a los detenidos. La inhibición suicida se transforma en una retroinhibición, que modela el escenario a su antojo. Serás lo que queramos que seas. El campo de concentración ha adquirido las cualidades de una ameba tentacular, móvil, implantable y transportable a cualquier lugar. La cámara de gas era una cámara oscura. Ahora lo sabemos. Un grupo numeroso de furgonetas policiales rodean a los manifestantes, de tal modo que no pueden escapar. Están acorralados. La única salida que les ofrecen es posar para la cámara, dejarse retratar exhaustivamente desde todos los ángulos, quedar registrados. El dato equivale a libertad; la paradoja es que sólo son libres los detenidos en la imagen. Un hecho delata la vocación artística de los policías: aparte de que deciden las poses adecuadas, el estilo de la fotografía según creen que expresa lo que son  los retratados, la imagen que deben dar, también ordenan y deciden cómo han de vestir, la ropa que se han de poner, preferiblemente encapuchados. No tienen ninguna duda, la fotografía va a quedar mejor. Así está bien. Uno por uno, en fila, los manifestantes son inmortalizados. Por suerte, no es una galería de los horrores, no es una zona de guerra abierta o un centro de torturas, pero, en cuanto a la imagen en sí, es como si hubieran retratado cadáveres o prisioneros ante el pelotón de ejecución. La selección vuelve a aparecer lejos de sus fronteras. No es un patrimonio de un solo estado, por deleznable que fuera. Nunca se fotografía tanto como en las guerras; la muerte es un tema inspirador. Es bueno tener una imagen que te recuerde quién es el enemigo. A veces las fuerzas fallan, cunde el desánimo; el agente del orden debe tener la convicción de que interviene, sobre todo, para mantener una determinada imagen, incluida la suya, ni demasiado oscura ni demasiado clara, bien expuesta, que se encuentra dentro de los parámetros de normalidad. Es la fuerza de choque de la fotografía, hace el trabajo sucio. Todo es perdonable excepto la falta de información; la ausencia de datos es sospechosa, no hay disculpa posible, e incluso punible. Bien pronto podría constituir delito. Estar informado se ha convertido en una condición para seguir con vida. Los muertos son un hecho estadístico. Vivir para redactar el informe, apenas el tiempo justo para rellenar el formulario; morir para formar parte del informe. Eso es todo. Los animales ni eso. Mueren a millones sin contar ni ser contados.

La anunciación convierte en absurdo algo antes de que exista; así, la venida del redentor era innecesaria desde el momento en que se anunció. Todos le esperaban; nadie apareció, ni aparecerá. El absurdo invadió las vidas porque el anuncio, que no se hizo realidad, se convirtió en la realidad. La imagen de la demora, la orden de no más vida por ahora, es una forma anunciada de ser, para siempre postergada pero para siempre actual, una cápsula del tiempo, un encapsulamiento de la sucesión ordenada como medio de propaganda continuo. A pesar de todo, algunas cosas no hace falta anunciarlas para que ocurran. Una mañana cualquiera, la excavadora calcinada aparece cubierta de flores, la vegetación contrasta, de forma paradójica, con la palabra "GUERRA" pintada sobre la superficie metálica. El óxido es tiempo. Quizá puede parecer ingenuo. La ingenuidad no es un delito ni está perseguida por la ley. Es mucho peor la ingenuidad de la mayoría de la población que espera, hace cola un día tras otro, con resignación, a que le asesten el golpe final. Tan sólo les preocupa el dolor. Esperan que no duela mucho. Será rápido. Lo suficiente. Intentan ganar tiempo en vano. Antes del desastre, el mensaje repetido siempre es el mismo. No hay de qué preocuparse. Mantengan la calma. Sigan con lo que estaban haciendo. Pronto todo habrá terminado. Acabar es tranquilizador. Es una tranquilidad engañosa. El FIN es una trampa mortal, el mundo entero aparece como una gran terminal de llegada y partida. Suspender el tiempo y los términos temporales asignados, la cuota temporal de vida, mantener un equilibrio inestable sobre los residuos de la IMAGEN y la MÁQUINA, es concentrar las energías para que surja otra imagen, una IMAGEN SIN TÉRMINO(S), al menos para el pensamiento, sin víctimas ni verdugos, ni vencidos ni vencedores. Sin pensarlo dos veces, como atraídas por un impulso imposible de resistir, hileras de personas retiran los escombros que rodean la excavadora. Después de toda guerra, viene la reconstrucción. El trabajo es tranquilizador. El camino está lleno de trampas. El horizonte temporal inmediato es la suspensión de las obras. No se contempla otra opción. Acabar con el juicio de Dios es abrogar por lo interminable. El fin del fin. Existencia que se expone a la ausencia de finalidad. Ahora sin terminar nada.

XXVII

El acto de la vida, las actas vitales, el hecho no-político fundamental, es la relación sin término(s), no sujeta a contrato, limitaciones ni condiciones previas. La VIDA es relación creada, creación de relaciones, incluso a nivel social, flujo que sólo en última instancia segrega una representación secundaria, testimonial, un excedente mínimo que sedimenta en forma de identidades y lazos reconocibles. Este flujo derivado, verdadero subproducto de las relaciones, desecho despreciable, se vuelve extremadamente peligroso, letal, cuando toma el control y pasa a considerarse la parte más importante, el sentido de todo el proceso. Toda la realidad se reinterpreta bajo esta premisa, esta nueva valoración, que de forma retroactiva afecta a todo el tejido de las relaciones y provoca el rechazo, el miedo, la autolimitación de los relatores vinculados a estas relaciones que llegan a renegar de sí mismos y aceptar la parte despreciable como la más importante. El estado de guarda,  la vigilancia continua, no es más que esta inversión de flujo consolidada y normalizada. El flujo guardián no puede existir como PODER si antes, de un solo golpe, no crea el propio sujeto y el dominio que afecta a este, en el fondo ilusorio, con la colaboración de los propios afectados. Creen realmente que son objeto del poder, que la política es una realidad efectiva. El dominio es el engaño, más allá de las ganancias, los beneficios resultado de este castillo en el aire. La ley del flujo guardián es la capitulación de todas las RELACIONES, la transformación de las relaciones concretas en abstractas, intercambiables e indistintas, es decir, capitalizables. Sólo lo abstracto se puede capitalizar, acumular, distribuir y, en último extremo, monetizar y vender, según la regla de equivalencia instaurada. El CAPITAL, por tanto, es la imagen que el golpe de mano del subproducto, el flujo derivado que suplanta al principal, tiene de sí mismo y proyecta a la totalidad de los sujetos y objetos, y uno de los muchos nombres que toma el flujo guardián. Es su forma, nada sutil, de declarar su importancia y la obligada supeditación a sus fines. La relación terminal asume la capitalidad de todo el conjunto, fuerza de mando y de abstracción. En una primera fase, podemos pensar que se trataba de aumentar el número de posesiones, bienes inmuebles y muebles, que todo giraba alrededor de la propiedad. Después, que el sentido de la capitalización de la experiencia era aumentar el consumo y, en consecuencia, producir el mayor número posible de consumidores, de todas las edades. Por último, la sustancia fundamental, el verdadero capital de la capitalización universal, se revela: el objetivo fundamental era y es aumentar el tiempo de conexión y el número de conexiones, conectarlo todo y aniquilar la relación, sofocar la vida. Es el triunfo de una vida inspirada en el LENGUAJE, el apogeo de la red; lo real se sitúa a la altura de una palabra integrada en un código abstracto, no vale otra cosa, es tratada de la misma forma. Si lenguaje no es sino el resto de la operación del pensamiento, su coeficiente abstracto; el poder no es más que el residuo de la relación social. El carácter progresivo de este proceso implica que llegará hasta el final del camino iniciado sin importar las consecuencias. En las fases finales de una guerra, todo el mundo es declarado válido y llamado a filas, no importa su condición; en la actualidad, asistimos a un sorprendente cambio del escenario político, un giro inesperado, apoteosis del flujo (de) capital que reclama, en una paradójica voracidad sin límites, también los residuos, los despojos de su propia producción. El objeto de rechazo se convierte en lo deseado. El otrora residuo social, agotadas otras fuentes, pone el punto de mira, mediante una inversión de las perspectivas, en el desecho. No escapa a la ley (del) capital; como todas las cosas, debe ser conectado, participar de la conexión, aunque haya sido previamente desconectado. El excremento como materia reutilizable. Es sintomático que en fecha reciente el ADN basura se haya revelado útil. La gestión de los residuos, la tarea obligada del reciclaje tampoco es un hecho casual; es un dato revelador del agotamiento de un ciclo y la aceleración antes del fin. El flujo guardián, fiel a sus principios, debe llevar la abstracción a sus propios restos, ya sean subjetivos u objetivos, la materia es indiferente, debe volver a procesar lo ya procesado; es necesario que lo que no tiene conexión sea conectado, que lo inconexo se reincorpore a la función general, forme parte de la cadena. Cualquier cosa en cuanto cualquiera debe ser catalogada, homologada y representada como elemento de un conjunto. El control de los residuos materiales va unido a la rentabilización y administración de los tiempos muertos, vacíos, inútiles por definición. Se trata de capitalizar el propio resto, los desperdicios del sistema; donde antes no se hacía nada conectable, ahora se hace algo estandarizado, aunque sea mirar una pantalla. La RED es la expresión más acabada, el espejo del capitalismo terminal, del flujo guardián digitalizado, es la forma de capitalizar y volver productivo lo improductivo, de eliminar los tiempos muertos, los intersticios en los que la vida se refugia, toma aliento. Metodología estricta de catalogación y diversificación de contenidos, su aparente falta de criterio y control, oculta una técnica de captura del tiempo libre, del tiempo de vida restante, temporalidad residual, al margen de las conexiones y las abstracciones. La CONEXIÓN es el trabajo del futuro, la ocupación de los que no se ocupan en nada, absorción de una vida, ahora sí, sin residuos. Como en la industria alimentaria, todo se aprovecha. La capitulación es total y sin condiciones.

XXVI

Tener el poder es una mala costumbre, de funestas consecuencias, todavía más es una mala expresión, se equivoca gravemente en el enunciado del problema. La relación de poder, en cuanto tal, amalgama de orden y dominancia, escenario de los hechos y distribución de roles, no es un objeto ni un sujeto, no puede ser propiedad ni puede tener propietario. Entre todas las cosas no es ninguna de ellas. Del mismo modo, la ausencia de un único origen que lo caracteriza, su ubicuidad, su carácter fantasmal, da fe de su íntimo vínculo con el lenguaje, que actúa sin ser, sin tener ser, parásito incorporal sin un foco de infección original, ausencia de causa asignable. No habría relación de poder sin una relación de significado correlativa; SE habla del mismo modo que el poder SE ejerce, es un influjo, una recomendación, una apelación que acaba calando hondo, determinando la vida de los objetos y los sujetos. De hecho es algo tan sencillo como seguir un MÉTODO, basta con ser metódico, meticuloso, es el discurso del método y el método del discurso, inseparables y siempre eficaces. La esencia de la política real es la acción a distancia, no tendría ninguna eficacia ni permanencia en el tiempo si estuviera ligada al contacto y desapareciera una vez que desaparece el acto que tiene un efecto inmediato, el impulso que comunica energía al móvil. Acción que no hace nada, ni nadie hace en realidad, pero que determina las acciones de los otros, influencia determinante que rodea al sujeto-control, al sujeto de ensayo, y lo acompaña de por vida como una película transparente, inodora y adhesiva, film protector, protección a través del espacio y el tiempo. No importa lo lejos que se vaya el sujeto, el tiempo que pase; no puede librarse del poder porque no es nada diferente, no es nada tangible, es él mismo en cuanto portador de un SE habla, un SE decide imposible de disolver. Hablará y obedecerá; cada vez que obedezca seguirá órdenes que nunca ha dado ni aceptado, desde el nacimiento hasta la muerte. Es como la gravedad que atrae a todos los cuerpos, que gravita sobre nuestras vidas, pesa sobre ellas, sin hacerse nunca visible. La relación de poder, la perversión de LA relación que es el poder, actúa cuando crea un Otro omnipresente, amenazador, es la creación de un ambiente, una atmósfera de crecimiento contaminada desde el principio. La creación exige un método, una técnica, un procedimiento para producir este influjo, para crear (la) tendencia general. Si la vida es sueño, las relaciones de poder son sueños artificiales, inducidos, dobles sueños, en los que SE obedece y SE dice no importa qué. Una HIPNOSIS que afecta por igual al hipnotizador y al hipnotizado; mientras uno cree que manda, el otro cree que obedece. El reparto de los papeles es al azar. Y así sigue el juego. También en los animales. En los pollos, el hipnotismo reduce la frecuencia cardíaca y respiratoria; el resultado es un ave en calma, tranquila, hasta el punto de que esta pierde, en apariencia, la capacidad de moverse. Aunque el pollo hipnotizado no ha sufrido ningún daño, una vez suelto no se mueve durante varios segundos y a veces incluso tarda un minuto antes de moverse. El efecto en el hombre dura toda la vida; una vez que el método hace mella en su espíritu y su cuerpo, ya no se mueve nunca más, queda inmóvil, paralizado, por mucho que se mueva. Es un movimiento inducido, trucado, un efecto especial. NO es Él quien está al mando; no hay nadie al mando. Es una deriva dirigida, control a distancia compartido. Todo movimiento subsiguiente es fruto de una inmovilidad primera, de una INMOVILIZACIÓN, de un flujo guardián dedicado al confinamiento, a la detención de los flujos, que marca el futuro a cada instante, construye el reloj de la vida cotidiana. El método siempre es el mismo. También en los animales. En un primer momento se trata de inmovilizar al pollo-control, mediante el volteo, o tumbándolo en el suelo; es esencial sujetarlo con firmeza durante unos 30 segundos antes de dejarlo ir. Es poco tiempo, pero el efecto dura mucho más allá. La segunda fase es más determinante porque marca los límites, señala la amplitud de las acciones, el perímetro, el espacio vital de un individuo. La consigna repetida es Hasta aquí, no más. Todo lo que eres y puedes ser. Y el individuo contempla fascinado, hipnotizado, sus propios límites, la LÍNEA roja, o blanca, que no puede cruzar, que ES, el capullo pegajoso que envuelve su existencia. En poco tiempo se aprende la lección. Los pormenores del método son conocidos. Es necesario apoyar al pollo en un costado, con las patas estiradas hacia atrás y la cabeza en el suelo, apuntar con un palo o con un dedo justo delante de su pico y trazar de forma repetida y rápida una línea de de 10 cm en el suelo, desde justo debajo del pico y en paralelo a él. El pollo cae en estado de trance, hipnotizado por la fuerza perversa de la repetición y la costumbre, la línea repetida una y otra vez, frente a él, el horizonte de SU vida creado por Otro, contempla su propia vida, la esencia traicionada de su existir. Será así. No siempre hace falta tumbarlo. Con el pollo de pie, se traza repetidas veces con el dedo una línea en el suelo desde justo debajo del pico hasta unos 15 cm por delante del ave. Es igual de efectivo. Los únicos requisitos fundamentales son la inmovilidad y la línea. Las relaciones de poder son simples, la eficacia personalizada, siempre y cuando se sigan escrupulosamente estas pautas. El efecto es para siempre, es la condena de la simplicidad. El hipnotizado sólo se despierta más allá de la línea, en otra parte, en cualquier parte, fuera del escenario, lo cual quiere decir más allá del lenguaje, sin palabras, libre de influjos, incapaz de tomar una decisión. Suspendido en el espacio y el tiempo. No tiene (la) palabra, ni la toma; no tiene (el) poder, ni lo transmite. La inmunidad es la ausencia de estado más allá del método, más allá del discurso. NO MIRAR LA LÍNEA es la única posibilidad de los que no tienen posibilidades, la salida del laberinto: desviar la mirada, cerrar los ojos o borrar la pizarra. La única regla es romper la regla, la medida, el patrón de todas las líneas. Antes de que sea demasiado tarde.

XXV

El flujo guardián, la vida artificial del animal político, es la paradoja cumplida de un flujo de estado(s), una corriente estática, secuencia de escenas programadas, en buena parte autoejecutables, que es plenamente operativa cuando se despliega como una doble cabeza de captura y registro, dividida también en dos partes o apéndices. En cuanto captura manifiesta, el estado de guarda es palabra y acción, significado y constitución de la realidad; del lado invisible, es un fenómeno de difusión que combina la activación a corta distancia y la inhibición de largo alcance. Todo acto o palabra ejecutados, puestos en acción según las premisas de un movimiento detenido, secuencial, supone una aparente activación, algo que un sujeto hace, toma a su cargo, al precio de una inhibición acumulativa, un bloqueo progresivo de las funciones vitales, visible con el paso del tiempo. Las aparentes contradicciones de la política se explican por la complejidad del mecanismo de interacción entre lo que se promueve y lo que se inhibe, en ciclos periódicos que dan consistencia a un orden variable. Hablar y actuar, activar e inhibir, van de la mano y configuran el espíritu de la época; los campos semánticos se transforman al momento en campos de experiencia, de fuerza, de ejercicio del poder. Es lógico que las nuevas políticas de concentración parcelaria de los cultivos, surgidas después de la segunda guerra mundial, tuvieran el precedente de los campos de concentración, que a su vez prefiguraron, a modo de modelo tosco, experimental, las actualizaciones más logradas, sofisticadas, de los campos de detención y de refugiados modernos. Era la IDEA del momento, la imagen del pensamiento inoculada. Desde la perspectiva del dominio, si las condiciones son propicias, el cultivo agrícola no es un tema diferente a la muerte y esclavitud mecanizada de poblaciones enteras, al cuidado, manejo y cultivo de la vida humana. Ciertamente, la explotación de las pequeñas parcelas tradicionales, separadas por setos vivos o setos de piedra, no permitía incorporar la maquinaria agrícola moderna que se había desarrollado antes y durante la guerra. Para utilizar los tractores cada vez más potentes, los sistemas de irrigación más complejos, las enormes cosechadoras, se necesitaban grandes superficies sin obstáculos. Era necesario suprimir las antiguas separaciones, borrarlas del mapa, en beneficio de las grandes extensiones sin barreras aparentes. Las parcelas se reagruparon, a pesar de los conflictos, se arrancaron los setos, para que la agricultura intensiva fuera un hecho. Una sola idea, un mero proyecto, había bastado para modificar, remodelar sin miramientos, un número incontable de poblaciones y formas de  vida. La supresión de obstáculos, de barreras, la unificación de la multiplicidad de parcelas, podría parecer un progreso, algo liberador, pero la consecuencia fue la generalización de los paisajes de monocultivo, la pérdida de la diversidad vegetal, la coagulación del campo, sin contar la influencia negativa sobre el medio ambiente, ya que la eliminación de los setos dejaba sin refugio a muchos animales y, al no retener el agua de las lluvias, incrementaba las inundaciones. La concentración parcelaria no pudo aplicarse con la misma intensidad en todas partes; fue profunda en las regiones llanas de los campos abiertos, y más difícil en las comarcas de montaña. Todo son campos, política de zonas de intervención, de relleno de campos, campo semántico inseparable del campo de fuerza, directriz de obra. El poder, la animación suspendida, es una neblina que cubre el valle de la tierra con sus ideas, con palabras de fuego que moldean, construyen y destruyen el mundo; la política tiene un origen metalúrgico, fundamento y fundición, flujo y estado sólido, sólo promueve, liquida y vuelve líquido, aquello que solidifica, coagula por otro lado. El lingote es el modelo estatal, del estado, la concentración de poder visible, el núcleo económico, burocrático del mando unificado. La alternancia de la dispersión y la concentración obedece a la misma lógica con que los efectivos de un ejército se dispersan o concentran, depende del enemigo a abatir, de la posición a conquistar. Es la orden universal, tajante, de un orden difuso, en continua difusión.

XXIV

Delante de la sede de distrito de una conocida gran ciudad, una anciana, apoyada en una muleta, megáfono en mano, grita lo que cualquiera puede ver si no está ciego. El cerco sobre la vida se estrecha cada un día un poco más, hasta tornar el mero hecho de vivir imposible. Es la música de sus palabras. En torno a la frágil figura, se congregan varias personas, atraídas como los nuevos fieles a un apóstol sin iglesia. Unas chicas aplauden. Desde una esquina cercana, unos hombres vestidos de faena miran la escena. Vaya par que tiene la abuela. No debería haber mayor problema. El ángel emisario, que observa desde las puertas del consistorio, no opina lo mismo; era pedir demasiado. Con evidentes signos de irritación, se dirige a la anciana. La conmina a callarse. No son maneras. La gente replica que no tiene derecho a mandarle que se calle. Es un espacio público. Y es que dice la verdad. El ángel azul, vestido con un chaleco reflectante, que se presenta a sí mismo como agente de la autoridad, por si no era obvio, contesta que sabe lo que dice y lo que se hace. Ustedes no la conocen. Esta mujer no está bien de la cabeza. Cada dos por tres está por aquí. Lo que dice no tiene ningún sentido. Evidentemente para el agente no. Todo el mundo se ha vuelto loco. Como nadie le da la razón, se da media vuelta y se va. El megáfono vuelve a resonar. Siguen los aplausos. Más gente alrededor. El pirulo este no me va a hacer callar. Ya está. El fuego divino se enciende en los ojos del ángel caído; va directo hacia el origen de la molestia. El Dios del terror y la ira lo acompaña. Intenta cogerle el megáfono con una mano mientras con la otra agarra el brazo de la muleta. La anciana se resiste. Antes los ángeles no eran así. Ni mucho menos. Grita. La multitud también. Aparece un hombre que se identifica como abogado. No puede hacer lo que está haciendo. Cómo le va a quitar el megáfono. Griterío general. Varias personas graban la escena con móviles. Un joven malvestido no cree lo que está viendo: Pero qué hace con la abuela. Al final, el agente desiste de su misión sagrada. Se retira con la llama de la autoridad. Como conclusión de la obra improvisada, el mismo joven incrédulo, se tira por los suelos, con los pantalones medio bajados; arquea el cuerpo como un gusano. Podemos interpretar que es una metáfora bien orientada. Quizá no se trata de una movimiento de autoorganización; en todo caso, alrededor de una minúscula resistencia, de una alteración sin importancia, se ha aglutinado, creado una comunidad fugaz, dispar, anónima, fruto de una mezcla de locura, diversión, descontento y desdicha. Por un instante, alrededor de un árbol viejo, lleno de ramas secas, todavía en pie, vuelven a bailar, entran en relación unos con otros como otros, derriban sus barreras sociales, surge una relación inesperada y espontánea. Hay que estar realmente mal de la cabeza para intentar quitar un megáfono a una anciana; considerar lo imprevisible, lo(s) incontrolado(s), como el mal en sí a extirpar de la tierra, es la marca de Caín que identifica a los guardianes. El ángel perdió las alas cuando se puso el uniforme. No fue lo único.

XXIII

Las columnas de humo se vislumbraban en diferentes puntos de la ciudad, estela mortuoria que alternaba el blanco y el negro. Disparos de pelotas de goma como telón de fondo; a veces lejanos, otras veces más cerca, buscando tomar contacto. Ulular de sirenas en calles desiertas. Olor picante de los gases lacrimógenos. Las llamaradas reaparecían en la metrópoli; vuelta a los albores de la humanidad, a la invención del fuego, la rueda y la política. El ORIGEN tenía lugar ahora mismo. Era como si viera la ciudad por primera vez, con otros ojos, como si revelara su verdadera cara, faz terrible y despiadada, pero también más libre, liberada de sus máscaras, desnuda, despojada de los adornos, de las rutas fáciles y los hábitos aprendidos. No sabía nada; se daba cuenta que no sabía dónde estaba, dónde vivía. Estaba en medio de una guerra cruenta sin cuartel en la que se incubaba algo desconocido, tierra incógnita por explorar. El caos primordial bañaba las calles, llenas de residuos, hogueras y barricadas improvisadas. En el aire se respiraba una extraña inquietud, una mezcla de terror venidero, de miedo próximo, unido a una rara sensación de libertad, casi dolorosa. Temor y temblor. La ciudad aparecía por fin como un espacio libre con todas sus consecuencias; todo era posible, también lo peor, reino de la inseguridad y lo imprevisto, de la soledad y la compañía. Todo ahora y aquí; todo porvenir. Siguió caminando; no había motivo para detenerse.

XXII

El flujo guardián es un extraño movimiento vuelto primero en contra de sí mismo y luego contra los otros flujos; la tranquila ferocidad que aplica sobre los demás es proporcional al grado de ensañamiento consigo. La política es (la) práctica de esta inversión de flujo, cambio de polaridad, es el arte del estado, la estasis continua que promueve por un lado lo que detiene por otro, coagula sin piedad sus propias secreciones, castiga lo que induce y premia lo que prohíbe, carrusel de la sinrazón, como un padre que devora a sus hijos a medida que salen a la luz. El estado de guardia y de guarda aparece en todo su esplendor en el estado de excepción, apoteosis paradójica del dominio y la metamorfosis política, donde todo es posible bajo el mandato de una ley variable, una norma modulada en mil frecuencias. El futuro que (nos) aguarda es la equiparación, la indiscernibilidad del derecho y los hechos consumados; del gobierno elegido en las urnas y los gobiernos de concentración, de unidad, promulgados por instancias fuera de toda elección, inderogables; del tiempo sin valor, abierto, y la actualización constante de los valores éticos, económicos o logísticos, sujetos a cambios imprevisibles; de la vida como excepción y la instauración de una situación excepcional, gestada meticulosamente, con pasos calculados, que propone como solución la intensificación del problema,  llevar al límite la excepcionalidad, hasta que nada sea excepcional, normalidad de lo inimaginable. Todo será NORMAL ahora. Después de un período de plena asistencia, prodigalidad de los servicios de atención; de la recogida de datos, de la confección de los censos y las tablas estadísticas; de la guarda de los individuos, los cribados, las inspecciones, los exámenes, la tutela de los sujetos del estado; se pasa, sin transición, a una progresiva desasistencia, a la promoción de un estado de desamparo ligado de forma indisoluble a un estado de excepción, a una liberación de los sujetos a su propia carencia y miseria, a una exclusión de los eslabones débiles de la cadena que el trabajo previo del estado ha marcado en su lista negra. El trabajo no los hizo libres, ahora lo serán, en una vuelta de tuerca cínica, para no poder hacer nada, para hundirse en la miseria; es la libertad de la impotencia, de la frustración, como la imagen negativa, paródica, de una existencia paraestatal. El flujo guardián está dejando ir lastre para ir más rápido, para salir a flote, evitar su propio naufragio, y ahogarse en su propia sangre; todo aquello que guardaba, la multitud de sujetos como unificación de flujos, es abandonado a su suerte, liberado a un mundo hostil que no cuida de ellos, rebaño conducido lentamente hacia el despeñadero, libre para saltar al vacío. La liberalización del estado, su fluidez extrema, sigue la máxima de dejar de cuidar todo lo que cuidaba hasta el momento, desocupar los flujos, despreocuparse, descuidarse de sus propias capturas y liberarlas, sin ser capaces de sobrevivir por ellas mismas, a un destino incierto, extensión desértica sin reservas de agua. El gobierno tiene como hito el desgobierno, es su finalidad última; el suicidio político será la escena de fin de siglo.

XXI

No deberíamos menospreciar la capacidad de cambio y transformación de la sustancia política, la guía espacio-temporal, encarnada en palabras, imágenes y espacios, su habilidad para la metamorfosis y la invención continuadas. El flujo guardián, como todo fluido, es una materia metamórfica, compresible y elástica, que sorprende con la asignación de nuevas tareas a los individuos prototipo, a los sujetos de prueba envueltos en su corriente, manteniéndose a flote o hundiéndose como peso muerto. Una mujer entra en el vagón del metro; lleva una guitarra desvencijada. Empieza a tocar algo casi irreconocible, y sólo la voz que la acompaña permite hacerse una idea vaga de la música. NO pasa ni un minuto; en la siguiente estación sube un guardia de seguridad que la hace callar y la invita a salir. Ya se conocen. ¡Qué!, ¿cuántos has cogido hoy? El guarda, con cara de resignación, le señala la cámara en la parte superior de los monitores. Es una novedad reciente; el conductor del metro, aparte de conducir, está obligado a controlar las imágenes que le envían las cámaras del interior de los vagones. Para los casos previstos, como los músicos ambulantes, debe avisar para su desalojo. Mientras el guarda acompaña a la mujer al exterior, todavía alguien tiene el gesto de seguirla y darle algo. Se lo ha ganado. Otro tanto sucede con la acción social que deben soportar los empleados de corporaciones y entidades bancarias, a modo de fuego de cobertura, pantalla de humo de la que deben hacerse cargo. Los bancos llevan a cabo, en los distintos países en los que están presentes, proyectos adaptados a las circunstancias sociales y económicas locales; en muchos casos, los empleados participan como voluntarios forzosos. El diálogo con las ONG es fluido y constante. La actividad fuera del horario laboral abarca desde la mejora de las escuelas públicas a los community days, en los que los empleados del banco realizan actividades de voluntariado en organizaciones benéficas locales, o incluso se colabora en la construcción de viviendas para personas sin recursos. Como en el caso de la ayuda humanitaria de los ejércitos, la confusión y ampliación de las tareas asignadas crea sobre el terreno una red tupida, extensa, un entorno cambiante, metamórfico y ubicuo del que es muy difícil librarse. Por todas partes parece darse una misma cosa, en la administración, en el trabajo, en la intimidad, en el ocio, sin límites impregna todas las capas de la sociedad con una ambigüedad moral aplastante. El mayor beneficio que podrían tener los beneficiarios de estas acciones sociales, sería que el banco cesara su actividad ilusionista: crear beneficios ficticios en segundo grado, a partir de la volatilización de la ficción en primer grado de los ingresos reales. El crédito y los dividendos no son más que una escalada en la abstracción que tiene su punto de partida en el dinero. La moneda lleva el germen de su propia destrucción.

XX

La única virtud conocida es la inoperancia, una no-política sistemática que lleva más allá la obsolescencia programada hasta la desaparición sin programa, la desactivación como ausencia de plan. Una existencia silente, privada del habla, que no tiene, ejerce ni se somete a ningún poder; sin apenas fuerzas, incapaz de nada, inoperante, no cumple los requisitos mínimos para entrar en el juego de la política, es desestimada, apartada a un lado porque no puede, es demasiado débil, carece de las habilidades necesarias. Es una posibilidad, la imposibilidad manifiesta de actuar, la gloria de la ausencia y la inutilidad. Hay otro tipo de silencio, más peligroso, el silencio del acto, que calla porque actúa, sin decir palabra, sin dar explicaciones, como un vendaval. Una acción silenciosa y anónima que actúa porque no puede más, sin importarle las consecuencias ni los objetivos, entre la vida y la política, la ausencia y la presencia, se sitúa en los límites de la representación, en la cuerda floja, a punto de perder el equilibrio, de caer en la inacción o de manifestarse en un acto público, violento o pacífico, representativo y de representación, que lo lanza a las arenas de la política, sin posible marcha atrás. No es una vida virtuosa en ninguno de los sentidos; la acción es el último recurso de los que han agotado todas las vías, una vida acorralada, cercada, que segrega las acciones bajo una presión desproporcionada, insoportable, y en aumento.

XIX

La vida es una forma de ausencia, LA forma de la ausencia; arte de no-ser, espectro de existencia, desaparición forzosa, estar ausente de continuo, desvanecimiento gradual, no estar en ninguna parte: ab-sere. El orden político es paralelo al orden ontológico, el estado de guarda es un estado del Ser, esto es, contrario a la vida. Por su lado, el estado de ausencia no forma estado ni es estatal y sólo se guía por una exigencia de éxtasis, distante al infinito de la detención política, diferente de todos los protocolos de estasis y coagulaciòn de la experiencia. La ausencia es la única resistencia que dedica todas sus fuerzas a la construcción de (una) vida singular, incomparable y concreta. En su carta de naturaleza se distingue por igual de la resistencia atrapada en la lucha, en la dialéctica del Ser, de la insistencia, que busca perseverar en las posiciones, como oposición, choque y confrontación de fuerzas, a pesar de que pueda ser necesaria, inevitable, cuando la vida corre peligro, sin ser propiamente vital. Es una opción política dentro del orden político. Y de la resilencia, como capacidad de adaptación, la flexibilidad como criterio imperante, unida a la desensibilización progresiva y la acomodación. Ninguna resistencia verdadera al ordenamiento político puede ser política, no puede guardar nada para sí, ni para los otros, ni ponerse en guardia frente a ninguna situación. Desde este punto de vista, en un mundo que hace del ruido, la propaganda, la escenificación de todos los actos y la exhibición, consigna y valor indiscutible, plantea serias dudas que la mera movilización e indignación, la continuidad del ruido, signifique un verdadero cambio de rumbo, una creación de formas de ausencia. Más bien es una continuación de la retórica del ser, el triunfo de la representación, una forma más de ganar presencia, de hacerse presente. Son mucho más estremecedoras, conmueven el alma, las incontables personas silenciosas, las vidas secretas, que llenan las calles, que buscan dónde dormir, cómo sobrevivir, que intentan vivir su vida. El silencio es demoledor. Es otra cosa que el ruido; no pertenece a la política, es exterior al lenguaje y al intercambio de todo tipo, social o económico. No es cuantificable ni monetizable; estéril, no se somete a ningún criterio de eficacia ni acumulaciòn de capital. Está por todas partes sin estar en ninguna. Es la forma imaginable más pura de la resistencia, acto de (por) vida.

XVIII

Lo que se puede esperar de las unidades de vigilancia, lo servicios de atención y detención de los dispositivos políticos se muestra con claridad en el contraste entre la solicitud, las buenas formas y la diligencia, inmersa en una abundante información al cliente, previas y simultáneas al uso de las máquinas expendedoras de billetes o productos, y el trato que recibe el usuario después de completar la operación, a todas luces desconsiderado y poco elaborado técnicamente en comparación, demasiado brusco, una vez que la máquina obtiene lo que quiere. El billete y la compra, junto con el cambio, es arrojado de cualquier manera, como despojos que hay que atrapar al vuelo, antes de que caigan por el suelo, de rodillas si hace falta. Nada importa ya. El usuario es prescindible y sacrificable una vez que ha sido usado. El pago con tarjeta y las protecciones flexibles de plástico silencian esta evidencia. 

XVII

En la cría de animales estabulados se sigue una consigna clara y taxativa: los animales ingobernables deben ser sacrificados. No hay excepción. La ingobernabilidad esencial de los individuos anónimos exige un tratamiento similar, aunque con medios menos truculentos, siempre molestos para la proyección pública de la acción política. Es un proceso a medio y largo plazo, donde cada opción representa la eliminación de un número más elevado de posibilidades, y cada solución es inversamente proporcional al espacio de vida, al margen de maniobra restante. El estrangulamiento de las líneas de dispersión de los flujos y la conducción en un único sentido, dirigen a la población de forma paulatina a un bloqueo sistemático de todas las salidas excepto la que permita una mayor gobierno, hasta que no queda más opción que la adaptación a la situación creada, la resignación y la sumisión. El conducto, la guía tutelada adquiere tal fuerza y solidez, que raras veces es necesario defender la posición de poder adquirida, porque el resto ha aprendido a respetarla sin más. En este momento, basta con el control mental, sin recurrir a la fuerza, para la accion de gobierno en todos los ámbitos. El sacrificio de los ingobernables llega así a su plenitud, sobre todo porque este procedimiento de reducción tiene un residuo, crea a su paso una marginalidad excluida, los verdaderos sacrificados, que pagan con su vida el precio del salvoconducto, no tienen nada más con qué pagar.

XVI

En una pista de atletismo al aire libre, filas de agentes antidisturbios con el equipamiento estándar hacen prácticas. Atentos a la orden de un superior, simulan cargas policiales para dispersar manifestantes; corren en formación sin dejar huecos, cubriéndose las espaldas, hasta que se paran en seco y aguantan la posición. Repiten la misma secuencia de movimientos un buen rato; es un día soleado. En sus rostros corre el sudor. No se trata de una prueba olímpica. Frente a la puerta de la habitación de un presumible paciente psiquiátrico, que ha expresado su voluntad de no ingresar en el centro, el médico residente y los enfermeros planean la estrategia para reducirlo en caso de que no logren convencerlo de la necesidad del ingreso. A la orden de "¡Ahora!", se abalanzarán sobre él, uno lo cogerá de la pierna derecha, otro de la izquierda, y uno más le inmovilizará los brazos desde la espalda. Así sujeto, lo echarán en la cama mientras el psiquiatra le inyecta el sedante. No quiere quedarse, para qué; a la que hace el menor gesto de dirigirse hacia la puerta, la señal fatídica dispara los movimientos. Ahora descansa en una cama que no había pedido. La fluidez y la aparente naturalidad del ejercicio del poder necesitan planificación meticulosa y entrenamiento a diario, sin pausa.

XV

El orden en cualquiera de sus formas, para que los elementos de localización sirvan a efectos de elementos de control, necesita sus cuotas programadas de desorden, inestabilidad e inseguridad junto a estados emocionales de miedo, angustia y temor. Si no fuera por esta incertidumbre, por este peligro potencial, amenaza que se cierne por el horizonte, NADIE aceptaría estar sujeto, convertirse en un sujeto de derechos y deberes, y adoptar, en consecuencia, la forma de un estado de estados. Más bien CUALQUIERA seguiría con una forma de vida no-estatal ni estatificante, libre de practicar o sufrir detenciones, ajeno a la parálisis de los sentidos y del pensamiento. Un flujo que ya no sería de guarda ni guardián, con reservas y compromisos, sino un flujo de dispersión, incalificable, llamado VIDA y que capitalizarían un sinfín de cabezas cualquiera, flujo de capitales inconsumibles, privados de memoria, que no guardan NADA ni guardan a NADIE. El término y el fin dejarían de tener sentido, no habría término a confiscar, retener ni detener, un flujo libre de cargas y de peso muerto, sin propiedades adhesivas, líquido elemento, transparente a si mismo y a los otros, que haría lo que querría y querría lo que haría aunque se tratara de lo impensable y lo inmaginable. ES LA PURA REALIDAD. No es una carga, una barrera para sí mismo, porque no (se) guarda nada; no es un obstáculo o una amenaza para los otros, porque no (se) guarda ni vigila a nadie. PERO LA POLÍTICA ES EL FIN.

XIV

La política es el arte de proponer fines imposibles, de imposible cumplimiento o fines sin fin. El coeficiente de viscosidad es un ingrediente esencial del flujo guardián que ralentiza e imposibilita la realización del proyecto en su conjunto, apenas concretado en una u otra obra testimonial, en elementos aislados, que entran a formar parte de las estadísticas y que, incluso así, son fallidos en esencia y remodelables en un futuro más o menos próximo. Sin necesidad de elecubrar demasiado, es factible observar en este carácter pegajoso, entorpecedor, de encenegamiento y enpantanamiento, de promoción de la familiaridad y la proximidad inducida, un rasgo de reminiscencias edípicas, viscoso y adhesivo. Porque el arte de la política también es el arte de hacer la vida imposible, de eliminar las distancias, de crear problemas sin solución, de dificultar lo que en el fondo es fácil y complicar lo que no tiene complicación; arte de la basura y del deshecho porque es un hacer que se deshace nada más realizarse, posible sin ninguna posibilidad, que recicla sus desperdicios y que vive de la basura que genera y de rebuscar en su propia basura. Toda posibilidad aparece como remota, inalcanzable y todos los sueños se desploman antes de alzar el vuelo, pesados y pegados a una tierra alquitranada, negra, llena de plumas adheridas. Ícaro nunca debería haber volado.

XIII

Un sujeto político, y no hay otro, es aquel que no está seguro y busca (la) seguridad a toda costa con medios tales que imposibilitan conseguirla. Está atrapado entre la inseguridad variable y los planes periódicos para conseguir su erradicación. El secreto a voces de esta imposibilidad es la cláusula del plan que aborta los logros en una dirección nada más conseguirlos y que abre, de inmediato, nuevos frentes problemáticos que reclaman atención y soluciones a corto, medio o largo plazo. De este modo, con la cartas marcadas, el sujeto siempre se equivoca y pierde, está perdido, haga lo que haga, porque desconoce las reglas que gobiernan el juego. Sin temor a equivocarse, elige siempre el medio más inadecuado posible, el peor de hecho, para lograr sus fines. No tiene en cuenta, ni valora en su justa medida, que la aparente solidez de las instituciones, la firmeza a la hora de tomar una decisión, al ejecutar un plan, oculta una fase líquida, plástica, una indecisión a todos los niveles, una DUDA material objetiva, que acosa al sujeto y lo constituye como tal.

XII

El flujo guardián es un flujo en estado crítico, tiene la crisis como naturaleza propia, en toda su gama de alzas y caídas, bajo aceleraciones positivas o negativas. Hacer política es una forma de trastorno, de desarreglo psíquico y físico sistematizado, un despliegue sucesivo de series de equilibrios y desequilibrios concomitantes; la imposición de un orden ligado a la instigación de un desorden opaco, sordo, pero eficaz. El resultado es el ciclo y la secuencia, que pasa de un sujeto a otro a la velocidad apropiada según su grado de conductividad y resistencia. La unidad personal, en estas condiciones, sólo existe desequilibrada, inestable, en un proceso continuo de estabilización y desestabilización, de descomposición y recomposición. El elemento de guarda que da solidez, consistencia a la persona, física o jurídica, implica una célula de desestabilización, un dispositivo oculto y contrario a los fines que la conciencia se propone a sí misma, desde el interior, y que se proponen, desde diversas instancias e instituciones, desde el exterior. El fin es ilusorio, es una forma de distracción, de entretenimiento que ocupa la vida entera, sin jamás poder alcanzarse, porque su propio diseño interno, su estructura, contiene un mecanismo de invalidación, de cortocircuito, un dispositivo de autodestrucción o de detención que hace imposible la consecución del objetivo, llegar al final que estaba previsto. La política en su práctica diaria es la previsión fallida, que se prevé errónea desde el principio; la promesa de imposible cumplimiento desde que se formula, no por la evolución de los hechos o el cambio de coyuntura sino por su sustancia y definición intrínseca. El desequilibrio, la quiebra, es connatural e inherente al poder; el estado de estados siempre es un estado fallido, en bancarrota, que se derrumba y se recupera, se hunde y se alza, como un barco en medio de la tempestad.

XI

El sujeto no es sólo un estado, también es una estación de transmisión, un vector de transmisión y infección. La pregunta previsible de la naturaleza de la transmisión recibe la siguiente respuesta: transmite la SECUENCIA al infinito, la secuencia consenso como secuencia de reconocimiento; inocula el virus emocional de la tristeza y el desánimo en todas las fases de su desarrollo, incluida la aparente curación o los estallidos de fractura social e individual. Cada una de las secuencias políticas, de las formas históricas de generar tristeza y soguzgamiento, suponen una derrota, escenifican una rendición. La tarea urgente de todos los tiempos es librarse del programa, borrar la secuencia, anular el código de activación y desactivación, el encriptado que encierra las vidas, que convierte la vida en un encierro. No se trata de un objetivo a alcanzar, sino de un vacío de estado o un estado vacío connatural a una forma de vida no secuencial, liberada de secuencias estatales y de estados secuenciales. Existencia en cuanto tal, singular, concreta, sin progreso ni sucesos remarcables, inasumible e imperceptible para la historia y el relato histórico. Fuera del CICLO, del círculo de los hechos relevantes, no existe nada; pero la rotura del ciclo y del círculo político no busca existir según el reconocimiento, no es un proyecto ni tiene una finalidad, existe sin reconocimiento, es un éxtasis continuo, que emite una pulsación en lugar de un mensaje o un estado emocional colectivo, y que no guarda nada, no está en guardia, siempre a distancia de la cadena de estasis, de detenciones y bloqueos de flujos, embalses llenos de grietas, sometidos a reparaciones continuas ante el temor de desbordamiento.

X

La tristeza, la desensibilización progresiva, la apatía, la desmotivación, y la diversión y la ilusión programadas como contrapartidas miserables, a modo de apoteosis de un rictus congelado que abarca la vida entera, pertenecen más a la dimensión de la política, son un fenómeno político más que una cuestión de índole personal. La psicología entera y los métodos de autoayuda son cómplices en los intentos de inculcar esta idea, de convertir al afectado en origen del problema, en foco problemático a tratar, medicalizar y normalizar. La maniobra no es nueva y se repite hasta la náusea. El dominado no sólo debe soportar la dominación y sus secuelas sino que además debe responsabilizarse, se le considera (el) responsable de las consecuencias negativas que se desprendan de la situación y que así se valoren en un determinado momento y según intereses variables. Por lo tanto, debe pagar, en un sentido simbólico y literal, por los errores de una política de la que es sobre todo víctima; y debe pagar dos veces: una, a diario, adaptando su vida al modelo; otra, al final del período, en el momento del balance y el ajuste del mecanismo. La responsabilidad se traspasa al sujeto del dominio, pasa de inmediato del estado de control al individuo; en un juego de manos audaz, el siervo es ahora, también, enfermo, paciente, usuario, ciudadano o consumidor responsable, carga sobre sus espaldas la pesada responsabilidad de controlarse a sí mismo y dar cuenta, como culpable, de sus actos, para sí y para el resto de la comunidad. La inocencia pasa toda ella al hecho político, a la situación dada que se considera no contaminada, pura e indemne a los errores del individuo. Todos son responsables excepto la causa real y los cómplices y colaboradores de la causa. La figura del ángel de la guarda vuelve a planear, con su pureza virginal, sobre el panorama de la historia, como ángel exterminador que viene a juzgar, pasar cuentas y cerrar el ciclo.

IX

El control tiene como secuencia consenso, media o forma más común de las secuencia política, que se reproduce con muy pocas variaciones, y, por lo tanto, secuencia de reconocimiento, la tristeza, el abatimiento, el desánimo hasta acabar en una desmoralización completa. Esta secuencia inicial alterna con fases de embotamiento de los sentidos y desorientación espacio-temporal, y ciclos periódicos de impulsos de autodestrucción, efervescencia pulsional y ataques de ira. La serie completa vuelve a reiniciarse una vez ha llegado a su fin. El circuito de retroalimentación político se define por mantener en vilo a la unidad personal, pone a prueba el elemento de guarda, estabilizador, para ver hasta dónde puede aguantar, cuál es su límite, la capacidad de resistencia que tiene bajo condiciones variables. Los ensayos sirven para mejorar el dispositivo de control, prever futuros problemas y modelar al individuo como prototipo, siempre en fase de pruebas, prescindible si la situación lo requiere, estado subjetivo fundado en un flujo constante y biestable de (in)seguridad, calma en el miedo y desvalimiento asistido.