XVII

En la cría de animales estabulados se sigue una consigna clara y taxativa: los animales ingobernables deben ser sacrificados. No hay excepción. La ingobernabilidad esencial de los individuos anónimos exige un tratamiento similar, aunque con medios menos truculentos, siempre molestos para la proyección pública de la acción política. Es un proceso a medio y largo plazo, donde cada opción representa la eliminación de un número más elevado de posibilidades, y cada solución es inversamente proporcional al espacio de vida, al margen de maniobra restante. El estrangulamiento de las líneas de dispersión de los flujos y la conducción en un único sentido, dirigen a la población de forma paulatina a un bloqueo sistemático de todas las salidas excepto la que permita una mayor gobierno, hasta que no queda más opción que la adaptación a la situación creada, la resignación y la sumisión. El conducto, la guía tutelada adquiere tal fuerza y solidez, que raras veces es necesario defender la posición de poder adquirida, porque el resto ha aprendido a respetarla sin más. En este momento, basta con el control mental, sin recurrir a la fuerza, para la accion de gobierno en todos los ámbitos. El sacrificio de los ingobernables llega así a su plenitud, sobre todo porque este procedimiento de reducción tiene un residuo, crea a su paso una marginalidad excluida, los verdaderos sacrificados, que pagan con su vida el precio del salvoconducto, no tienen nada más con qué pagar.

XVI

En una pista de atletismo al aire libre, filas de agentes antidisturbios con el equipamiento estándar hacen prácticas. Atentos a la orden de un superior, simulan cargas policiales para dispersar manifestantes; corren en formación sin dejar huecos, cubriéndose las espaldas, hasta que se paran en seco y aguantan la posición. Repiten la misma secuencia de movimientos un buen rato; es un día soleado. En sus rostros corre el sudor. No se trata de una prueba olímpica. Frente a la puerta de la habitación de un presumible paciente psiquiátrico, que ha expresado su voluntad de no ingresar en el centro, el médico residente y los enfermeros planean la estrategia para reducirlo en caso de que no logren convencerlo de la necesidad del ingreso. A la orden de "¡Ahora!", se abalanzarán sobre él, uno lo cogerá de la pierna derecha, otro de la izquierda, y uno más le inmovilizará los brazos desde la espalda. Así sujeto, lo echarán en la cama mientras el psiquiatra le inyecta el sedante. No quiere quedarse, para qué; a la que hace el menor gesto de dirigirse hacia la puerta, la señal fatídica dispara los movimientos. Ahora descansa en una cama que no había pedido. La fluidez y la aparente naturalidad del ejercicio del poder necesitan planificación meticulosa y entrenamiento a diario, sin pausa.

XV

El orden en cualquiera de sus formas, para que los elementos de localización sirvan a efectos de elementos de control, necesita sus cuotas programadas de desorden, inestabilidad e inseguridad junto a estados emocionales de miedo, angustia y temor. Si no fuera por esta incertidumbre, por este peligro potencial, amenaza que se cierne por el horizonte, NADIE aceptaría estar sujeto, convertirse en un sujeto de derechos y deberes, y adoptar, en consecuencia, la forma de un estado de estados. Más bien CUALQUIERA seguiría con una forma de vida no-estatal ni estatificante, libre de practicar o sufrir detenciones, ajeno a la parálisis de los sentidos y del pensamiento. Un flujo que ya no sería de guarda ni guardián, con reservas y compromisos, sino un flujo de dispersión, incalificable, llamado VIDA y que capitalizarían un sinfín de cabezas cualquiera, flujo de capitales inconsumibles, privados de memoria, que no guardan NADA ni guardan a NADIE. El término y el fin dejarían de tener sentido, no habría término a confiscar, retener ni detener, un flujo libre de cargas y de peso muerto, sin propiedades adhesivas, líquido elemento, transparente a si mismo y a los otros, que haría lo que querría y querría lo que haría aunque se tratara de lo impensable y lo inmaginable. ES LA PURA REALIDAD. No es una carga, una barrera para sí mismo, porque no (se) guarda nada; no es un obstáculo o una amenaza para los otros, porque no (se) guarda ni vigila a nadie. PERO LA POLÍTICA ES EL FIN.

XIV

La política es el arte de proponer fines imposibles, de imposible cumplimiento o fines sin fin. El coeficiente de viscosidad es un ingrediente esencial del flujo guardián que ralentiza e imposibilita la realización del proyecto en su conjunto, apenas concretado en una u otra obra testimonial, en elementos aislados, que entran a formar parte de las estadísticas y que, incluso así, son fallidos en esencia y remodelables en un futuro más o menos próximo. Sin necesidad de elecubrar demasiado, es factible observar en este carácter pegajoso, entorpecedor, de encenegamiento y enpantanamiento, de promoción de la familiaridad y la proximidad inducida, un rasgo de reminiscencias edípicas, viscoso y adhesivo. Porque el arte de la política también es el arte de hacer la vida imposible, de eliminar las distancias, de crear problemas sin solución, de dificultar lo que en el fondo es fácil y complicar lo que no tiene complicación; arte de la basura y del deshecho porque es un hacer que se deshace nada más realizarse, posible sin ninguna posibilidad, que recicla sus desperdicios y que vive de la basura que genera y de rebuscar en su propia basura. Toda posibilidad aparece como remota, inalcanzable y todos los sueños se desploman antes de alzar el vuelo, pesados y pegados a una tierra alquitranada, negra, llena de plumas adheridas. Ícaro nunca debería haber volado.

XIII

Un sujeto político, y no hay otro, es aquel que no está seguro y busca (la) seguridad a toda costa con medios tales que imposibilitan conseguirla. Está atrapado entre la inseguridad variable y los planes periódicos para conseguir su erradicación. El secreto a voces de esta imposibilidad es la cláusula del plan que aborta los logros en una dirección nada más conseguirlos y que abre, de inmediato, nuevos frentes problemáticos que reclaman atención y soluciones a corto, medio o largo plazo. De este modo, con la cartas marcadas, el sujeto siempre se equivoca y pierde, está perdido, haga lo que haga, porque desconoce las reglas que gobiernan el juego. Sin temor a equivocarse, elige siempre el medio más inadecuado posible, el peor de hecho, para lograr sus fines. No tiene en cuenta, ni valora en su justa medida, que la aparente solidez de las instituciones, la firmeza a la hora de tomar una decisión, al ejecutar un plan, oculta una fase líquida, plástica, una indecisión a todos los niveles, una DUDA material objetiva, que acosa al sujeto y lo constituye como tal.

XII

El flujo guardián es un flujo en estado crítico, tiene la crisis como naturaleza propia, en toda su gama de alzas y caídas, bajo aceleraciones positivas o negativas. Hacer política es una forma de trastorno, de desarreglo psíquico y físico sistematizado, un despliegue sucesivo de series de equilibrios y desequilibrios concomitantes; la imposición de un orden ligado a la instigación de un desorden opaco, sordo, pero eficaz. El resultado es el ciclo y la secuencia, que pasa de un sujeto a otro a la velocidad apropiada según su grado de conductividad y resistencia. La unidad personal, en estas condiciones, sólo existe desequilibrada, inestable, en un proceso continuo de estabilización y desestabilización, de descomposición y recomposición. El elemento de guarda que da solidez, consistencia a la persona, física o jurídica, implica una célula de desestabilización, un dispositivo oculto y contrario a los fines que la conciencia se propone a sí misma, desde el interior, y que se proponen, desde diversas instancias e instituciones, desde el exterior. El fin es ilusorio, es una forma de distracción, de entretenimiento que ocupa la vida entera, sin jamás poder alcanzarse, porque su propio diseño interno, su estructura, contiene un mecanismo de invalidación, de cortocircuito, un dispositivo de autodestrucción o de detención que hace imposible la consecución del objetivo, llegar al final que estaba previsto. La política en su práctica diaria es la previsión fallida, que se prevé errónea desde el principio; la promesa de imposible cumplimiento desde que se formula, no por la evolución de los hechos o el cambio de coyuntura sino por su sustancia y definición intrínseca. El desequilibrio, la quiebra, es connatural e inherente al poder; el estado de estados siempre es un estado fallido, en bancarrota, que se derrumba y se recupera, se hunde y se alza, como un barco en medio de la tempestad.

XI

El sujeto no es sólo un estado, también es una estación de transmisión, un vector de transmisión y infección. La pregunta previsible de la naturaleza de la transmisión recibe la siguiente respuesta: transmite la SECUENCIA al infinito, la secuencia consenso como secuencia de reconocimiento; inocula el virus emocional de la tristeza y el desánimo en todas las fases de su desarrollo, incluida la aparente curación o los estallidos de fractura social e individual. Cada una de las secuencias políticas, de las formas históricas de generar tristeza y soguzgamiento, suponen una derrota, escenifican una rendición. La tarea urgente de todos los tiempos es librarse del programa, borrar la secuencia, anular el código de activación y desactivación, el encriptado que encierra las vidas, que convierte la vida en un encierro. No se trata de un objetivo a alcanzar, sino de un vacío de estado o un estado vacío connatural a una forma de vida no secuencial, liberada de secuencias estatales y de estados secuenciales. Existencia en cuanto tal, singular, concreta, sin progreso ni sucesos remarcables, inasumible e imperceptible para la historia y el relato histórico. Fuera del CICLO, del círculo de los hechos relevantes, no existe nada; pero la rotura del ciclo y del círculo político no busca existir según el reconocimiento, no es un proyecto ni tiene una finalidad, existe sin reconocimiento, es un éxtasis continuo, que emite una pulsación en lugar de un mensaje o un estado emocional colectivo, y que no guarda nada, no está en guardia, siempre a distancia de la cadena de estasis, de detenciones y bloqueos de flujos, embalses llenos de grietas, sometidos a reparaciones continuas ante el temor de desbordamiento.

X

La tristeza, la desensibilización progresiva, la apatía, la desmotivación, y la diversión y la ilusión programadas como contrapartidas miserables, a modo de apoteosis de un rictus congelado que abarca la vida entera, pertenecen más a la dimensión de la política, son un fenómeno político más que una cuestión de índole personal. La psicología entera y los métodos de autoayuda son cómplices en los intentos de inculcar esta idea, de convertir al afectado en origen del problema, en foco problemático a tratar, medicalizar y normalizar. La maniobra no es nueva y se repite hasta la náusea. El dominado no sólo debe soportar la dominación y sus secuelas sino que además debe responsabilizarse, se le considera (el) responsable de las consecuencias negativas que se desprendan de la situación y que así se valoren en un determinado momento y según intereses variables. Por lo tanto, debe pagar, en un sentido simbólico y literal, por los errores de una política de la que es sobre todo víctima; y debe pagar dos veces: una, a diario, adaptando su vida al modelo; otra, al final del período, en el momento del balance y el ajuste del mecanismo. La responsabilidad se traspasa al sujeto del dominio, pasa de inmediato del estado de control al individuo; en un juego de manos audaz, el siervo es ahora, también, enfermo, paciente, usuario, ciudadano o consumidor responsable, carga sobre sus espaldas la pesada responsabilidad de controlarse a sí mismo y dar cuenta, como culpable, de sus actos, para sí y para el resto de la comunidad. La inocencia pasa toda ella al hecho político, a la situación dada que se considera no contaminada, pura e indemne a los errores del individuo. Todos son responsables excepto la causa real y los cómplices y colaboradores de la causa. La figura del ángel de la guarda vuelve a planear, con su pureza virginal, sobre el panorama de la historia, como ángel exterminador que viene a juzgar, pasar cuentas y cerrar el ciclo.

IX

El control tiene como secuencia consenso, media o forma más común de las secuencia política, que se reproduce con muy pocas variaciones, y, por lo tanto, secuencia de reconocimiento, la tristeza, el abatimiento, el desánimo hasta acabar en una desmoralización completa. Esta secuencia inicial alterna con fases de embotamiento de los sentidos y desorientación espacio-temporal, y ciclos periódicos de impulsos de autodestrucción, efervescencia pulsional y ataques de ira. La serie completa vuelve a reiniciarse una vez ha llegado a su fin. El circuito de retroalimentación político se define por mantener en vilo a la unidad personal, pone a prueba el elemento de guarda, estabilizador, para ver hasta dónde puede aguantar, cuál es su límite, la capacidad de resistencia que tiene bajo condiciones variables. Los ensayos sirven para mejorar el dispositivo de control, prever futuros problemas y modelar al individuo como prototipo, siempre en fase de pruebas, prescindible si la situación lo requiere, estado subjetivo fundado en un flujo constante y biestable de (in)seguridad, calma en el miedo y desvalimiento asistido. 

VIII

El arcano del poder no sólo es lo que (se) guarda, es el propio GUARDAR, la espera asociada y los costes emocionales derivados del estado de guardia permanente, el desgaste psíquico y físico, evidente en todo tipo de encierro, pero que no se observa menos en la aparente libertad en el seno de nuestras ciudades. La promoción de la seguridad, el cuidado en las formas, la vigilancia atenta, la regulación estricta, tienen como contrapartida un aplacamiento de los instintos, una disminución del umbral de percepción, una rigidez característica del cuerpo y estandarización de los movimientos que va unida a una mirada turbia, desconfiada, ojo apagado y cerebro de reducida actividad eléctrica. El gasto para el organismo es incalculable, agota fuerzas y recursos; las consecuencias para la vida cotidiana devastadoras: una vivencia del espacio indistinto, genérico, y de un tiempo que no pasa, materia amorfa, insustancial, donde todo es siempre lo mismo, sin diferencias apreciables. Una vez que se instauran las reglas y los protocolos de actuación, no queda por guardar sino silencio y respeto, igual afuera que adentro, en los actos y en los pensamientos, apenas un recuerdo puesto en movimiento, resorte disparado.

VII

El único y verdadero dios de la política es Jano, divinidad de los comienzos, los umbrales y las puertas, numen de la interrupción y de la biestabilidad de los flujos, ser bifronte, no es casual que las puertas de su santuario permanecieran abiertas todo el tiempo en que Roma estaba en guerra. Si el dios cristiano fue capaz de dar vida a un trozo de barro y tiene, en consecuencia, igual poder para devolver a la vida a un hombre muerto y reanimar su cadáver inanimado y podrido, convirtiéndolo en un cuerpo glorioso, "espiritual" e inmortal, milagro de la resurreción; el dios pagano une y escenifica en su propio rostro las dos funciones básicas del poder: ir del cadáver al cuerpo glorioso, o a la inversa, del cuerpo perfecto al cuerpo macilento sin vida. Según las circunstancias, ejercer el poder significa decidir, poner los elementos de la decisión, de quién alcanza la gloria, de un tipo u otro, o quién queda por el camino, campo de batalla sembrado de cadáveres, y qué lugar no es en la actualidad zona de guerra, o caída en desgracia más o menos pronunciada. Cuerpo glorioso tal cual aparece en las portadas de las revistas, las páginas digitales, en las escenas señaladas de las estrellas de cine o en las posturas imposibles de las porno-stars, ejecutadas con precisión mecánica y lubricadas como la más eficaz de las maquinarias; cuerpos inmortales y abstractos, imagen procesada hasta el agotamiento, espirituales porque ya no son corpóreos, músculos abultados o delgadez extrema, piel sin imperfecciones, recubierta de aceite, brillante, que en algún lugar del mundo también contemplan cuerpos famélicos, hinchados, con los ojos desorbitados, creyendo ver visiones, no saben si están en el infierno o el paraíso, si se trata de una broma de mal gusto. El ordenador sigue encendido, conectado a la red eléctrica, mientras afuera humean los cuerpos.

VI

El uso eminentemente político de una amplia gama de interruptores de estado, dispositivos fundamentales en el entramado oscilante de la estabilización y la desestabilización, que abren o cierran el paso según la naturaleza del flujo y la valoración reglamentaria, es en especial evidente en las entradas y las salidas de espacios, territorios y servicios. Desde la habitación del piso al edificio entero, de la calle transitada o desierta a la ciudad, y desde el país al continente, por no hablar de la proyección al espacio exterior, regiones lunares y supralunares, presa de colonizaciones y exploraciones, es de vital importancia  controlar los puntos de entrada y salida de población, mercancías, animales e información. El control de acceso y de tránsito interno o externo, con sus correspondientes servicios de orden, infestan como una plaga el planeta entero y afectan a todas y cada una de las actividades, por inofensivas que parezcan; el más mínimo movimiento resulta sospechoso, excepto el propio de la interrupción y sus flujos biestables. La reorganización de las epidemias y sus criterios de validación, así como la futura implantación del escáner antropométrico, no son sino algunos indicativos de que la sospecha ha alcanzado al cuerpo y se ha convertido en el objetivo político prioritario, más que las consciencias, peligro potencial frente al que todas las medidas parecen pocas. Cuando el cuerpo es motivo de recelo, y estar vivo el problema, la preocupación es máxima; no tenemos otro, ni vidas de recambio. 

V

La interrupción es un don político, el don de la política, es imprescindible controlar los tiempos de las paradas y el momento propicio para la reanudación de los movimientos, prever las consecuencias y anticiparse a las acciones del adversario, tener preparadas las respuestas antes de que se formulen las preguntas, ser rápido en las reacciones, automatizar los medios de la producción, la gestión y la ejecución. El discurso es tan real como la propia realidad y hay que tratar a la realidad como si fuera un discurso que se ha de elaborar, retocar, modificar al infinito, hasta donde haga falta, sin importar a qué ni a quién afecte. Un hombre no es mejor que una palabra y nada lo diferencia, desde un punto de vista estratégico y funcional, de cualquier otro elemento sujeto al orden social. El evento político es neutro, neutraliza todas las oposiciones, no diferencia el suceso del actor, la intervención de lo intervenido, ni la obra del figurante. Nadie sobrevive en el mundo de la política si no sabe cuándo parar, cuándo recuperar las gestiones, acelerar las negociaciones, suspender las reuniones hasta nuevo aviso, cancelar los acuerdos y, sobre todo, si no sabe desaparecer, elegir el momento adecuado para apartarse de la primera línea, tomar distancia de posibles situaciones de riesgo.

IV

Un ESTADO es un movimiento arrancado al movimiento, sustraído, una detención, un estancamiento, una charca cenagosa donde todo acaba por pudrirse y depositarse en el fondo. La paradoja del orden colectivo, individual o personal, la estasis generalizada contraria a todo éxtasis, es que necesita el movimiento aunque sea para mejor controlarlo y asegurar el éxito de la detención. Esta naturaleza dependiente enfatiza la necesidad de la inestabilidad en un sistema que necesita responder con rapidez al cambio. Esta exigencia tiene muchos análogos en la vida diaria y aparece a cualquier nivel, a cada paso que damos, en cada cosa que vemos. Si las imágenes en una pantalla de televisión persistieran más de una fracción de segundo, los objetos en movimiento irían seguidos de sus fantasmas; la acústica con ecos hace menos clara la percepción del habla y de la música. Las diversas vías de señalización políticas, los ordenamientos, normativas y reglas, han inventado mecanismos correctores, fluidificantes, complementarios de los mecanismos generales de estabilización y elementos de guarda, para devolver el sistema a su estado inicial. Las señales antiguas, ya en desuso, se borran de forma continua para que no entorpezcan la percepción de las nuevas señales, en un ciclo que no tiene fin. La figura del aprendizaje está a punto de desaparecer, se sustituye, pieza a pieza, por la alternancia impredecible de circuitos de inhibición e inducción, formación continuada en el vacío.

III

La protección exige pago, con más motivo si la seguridad dimana de la misma fuente que el peligro. Protectores y amenazadores forman sociedad, LA sociedad. El ángel de la guarda no es más que la representación de este vínculo social, idea cautiva y cautivadora, carcelero del alma que graba a fuego en las consciencias la orden de detención, pérdida de envoltura  y desenvoltura vital, desnudez expuesta; una unión de términos antitéticos, CEBO y ANZUELO, protuberacia cárnica luminosa, que oscila en un medio denso, pesado, y atrae a su presa en medio de la oscuridad. Las atracciones nunca son gratuitas; el engaño da sus primeros pasos, inicia su andadura, con la variopinta gama de señuelos con que son obsequiados los natos a este mundo protegido y siempre en guardia. El regalo envenenado se ha de guardar.