VII

El único y verdadero dios de la política es Jano, divinidad de los comienzos, los umbrales y las puertas, numen de la interrupción y de la biestabilidad de los flujos, ser bifronte, no es casual que las puertas de su santuario permanecieran abiertas todo el tiempo en que Roma estaba en guerra. Si el dios cristiano fue capaz de dar vida a un trozo de barro y tiene, en consecuencia, igual poder para devolver a la vida a un hombre muerto y reanimar su cadáver inanimado y podrido, convirtiéndolo en un cuerpo glorioso, "espiritual" e inmortal, milagro de la resurreción; el dios pagano une y escenifica en su propio rostro las dos funciones básicas del poder: ir del cadáver al cuerpo glorioso, o a la inversa, del cuerpo perfecto al cuerpo macilento sin vida. Según las circunstancias, ejercer el poder significa decidir, poner los elementos de la decisión, de quién alcanza la gloria, de un tipo u otro, o quién queda por el camino, campo de batalla sembrado de cadáveres, y qué lugar no es en la actualidad zona de guerra, o caída en desgracia más o menos pronunciada. Cuerpo glorioso tal cual aparece en las portadas de las revistas, las páginas digitales, en las escenas señaladas de las estrellas de cine o en las posturas imposibles de las porno-stars, ejecutadas con precisión mecánica y lubricadas como la más eficaz de las maquinarias; cuerpos inmortales y abstractos, imagen procesada hasta el agotamiento, espirituales porque ya no son corpóreos, músculos abultados o delgadez extrema, piel sin imperfecciones, recubierta de aceite, brillante, que en algún lugar del mundo también contemplan cuerpos famélicos, hinchados, con los ojos desorbitados, creyendo ver visiones, no saben si están en el infierno o el paraíso, si se trata de una broma de mal gusto. El ordenador sigue encendido, conectado a la red eléctrica, mientras afuera humean los cuerpos.

VI

El uso eminentemente político de una amplia gama de interruptores de estado, dispositivos fundamentales en el entramado oscilante de la estabilización y la desestabilización, que abren o cierran el paso según la naturaleza del flujo y la valoración reglamentaria, es en especial evidente en las entradas y las salidas de espacios, territorios y servicios. Desde la habitación del piso al edificio entero, de la calle transitada o desierta a la ciudad, y desde el país al continente, por no hablar de la proyección al espacio exterior, regiones lunares y supralunares, presa de colonizaciones y exploraciones, es de vital importancia  controlar los puntos de entrada y salida de población, mercancías, animales e información. El control de acceso y de tránsito interno o externo, con sus correspondientes servicios de orden, infestan como una plaga el planeta entero y afectan a todas y cada una de las actividades, por inofensivas que parezcan; el más mínimo movimiento resulta sospechoso, excepto el propio de la interrupción y sus flujos biestables. La reorganización de las epidemias y sus criterios de validación, así como la futura implantación del escáner antropométrico, no son sino algunos indicativos de que la sospecha ha alcanzado al cuerpo y se ha convertido en el objetivo político prioritario, más que las consciencias, peligro potencial frente al que todas las medidas parecen pocas. Cuando el cuerpo es motivo de recelo, y estar vivo el problema, la preocupación es máxima; no tenemos otro, ni vidas de recambio. 

V

La interrupción es un don político, el don de la política, es imprescindible controlar los tiempos de las paradas y el momento propicio para la reanudación de los movimientos, prever las consecuencias y anticiparse a las acciones del adversario, tener preparadas las respuestas antes de que se formulen las preguntas, ser rápido en las reacciones, automatizar los medios de la producción, la gestión y la ejecución. El discurso es tan real como la propia realidad y hay que tratar a la realidad como si fuera un discurso que se ha de elaborar, retocar, modificar al infinito, hasta donde haga falta, sin importar a qué ni a quién afecte. Un hombre no es mejor que una palabra y nada lo diferencia, desde un punto de vista estratégico y funcional, de cualquier otro elemento sujeto al orden social. El evento político es neutro, neutraliza todas las oposiciones, no diferencia el suceso del actor, la intervención de lo intervenido, ni la obra del figurante. Nadie sobrevive en el mundo de la política si no sabe cuándo parar, cuándo recuperar las gestiones, acelerar las negociaciones, suspender las reuniones hasta nuevo aviso, cancelar los acuerdos y, sobre todo, si no sabe desaparecer, elegir el momento adecuado para apartarse de la primera línea, tomar distancia de posibles situaciones de riesgo.

IV

Un ESTADO es un movimiento arrancado al movimiento, sustraído, una detención, un estancamiento, una charca cenagosa donde todo acaba por pudrirse y depositarse en el fondo. La paradoja del orden colectivo, individual o personal, la estasis generalizada contraria a todo éxtasis, es que necesita el movimiento aunque sea para mejor controlarlo y asegurar el éxito de la detención. Esta naturaleza dependiente enfatiza la necesidad de la inestabilidad en un sistema que necesita responder con rapidez al cambio. Esta exigencia tiene muchos análogos en la vida diaria y aparece a cualquier nivel, a cada paso que damos, en cada cosa que vemos. Si las imágenes en una pantalla de televisión persistieran más de una fracción de segundo, los objetos en movimiento irían seguidos de sus fantasmas; la acústica con ecos hace menos clara la percepción del habla y de la música. Las diversas vías de señalización políticas, los ordenamientos, normativas y reglas, han inventado mecanismos correctores, fluidificantes, complementarios de los mecanismos generales de estabilización y elementos de guarda, para devolver el sistema a su estado inicial. Las señales antiguas, ya en desuso, se borran de forma continua para que no entorpezcan la percepción de las nuevas señales, en un ciclo que no tiene fin. La figura del aprendizaje está a punto de desaparecer, se sustituye, pieza a pieza, por la alternancia impredecible de circuitos de inhibición e inducción, formación continuada en el vacío.

III

La protección exige pago, con más motivo si la seguridad dimana de la misma fuente que el peligro. Protectores y amenazadores forman sociedad, LA sociedad. El ángel de la guarda no es más que la representación de este vínculo social, idea cautiva y cautivadora, carcelero del alma que graba a fuego en las consciencias la orden de detención, pérdida de envoltura  y desenvoltura vital, desnudez expuesta; una unión de términos antitéticos, CEBO y ANZUELO, protuberacia cárnica luminosa, que oscila en un medio denso, pesado, y atrae a su presa en medio de la oscuridad. Las atracciones nunca son gratuitas; el engaño da sus primeros pasos, inicia su andadura, con la variopinta gama de señuelos con que son obsequiados los natos a este mundo protegido y siempre en guardia. El regalo envenenado se ha de guardar.