XI

El sujeto no es sólo un estado, también es una estación de transmisión, un vector de transmisión y infección. La pregunta previsible de la naturaleza de la transmisión recibe la siguiente respuesta: transmite la SECUENCIA al infinito, la secuencia consenso como secuencia de reconocimiento; inocula el virus emocional de la tristeza y el desánimo en todas las fases de su desarrollo, incluida la aparente curación o los estallidos de fractura social e individual. Cada una de las secuencias políticas, de las formas históricas de generar tristeza y soguzgamiento, suponen una derrota, escenifican una rendición. La tarea urgente de todos los tiempos es librarse del programa, borrar la secuencia, anular el código de activación y desactivación, el encriptado que encierra las vidas, que convierte la vida en un encierro. No se trata de un objetivo a alcanzar, sino de un vacío de estado o un estado vacío connatural a una forma de vida no secuencial, liberada de secuencias estatales y de estados secuenciales. Existencia en cuanto tal, singular, concreta, sin progreso ni sucesos remarcables, inasumible e imperceptible para la historia y el relato histórico. Fuera del CICLO, del círculo de los hechos relevantes, no existe nada; pero la rotura del ciclo y del círculo político no busca existir según el reconocimiento, no es un proyecto ni tiene una finalidad, existe sin reconocimiento, es un éxtasis continuo, que emite una pulsación en lugar de un mensaje o un estado emocional colectivo, y que no guarda nada, no está en guardia, siempre a distancia de la cadena de estasis, de detenciones y bloqueos de flujos, embalses llenos de grietas, sometidos a reparaciones continuas ante el temor de desbordamiento.

X

La tristeza, la desensibilización progresiva, la apatía, la desmotivación, y la diversión y la ilusión programadas como contrapartidas miserables, a modo de apoteosis de un rictus congelado que abarca la vida entera, pertenecen más a la dimensión de la política, son un fenómeno político más que una cuestión de índole personal. La psicología entera y los métodos de autoayuda son cómplices en los intentos de inculcar esta idea, de convertir al afectado en origen del problema, en foco problemático a tratar, medicalizar y normalizar. La maniobra no es nueva y se repite hasta la náusea. El dominado no sólo debe soportar la dominación y sus secuelas sino que además debe responsabilizarse, se le considera (el) responsable de las consecuencias negativas que se desprendan de la situación y que así se valoren en un determinado momento y según intereses variables. Por lo tanto, debe pagar, en un sentido simbólico y literal, por los errores de una política de la que es sobre todo víctima; y debe pagar dos veces: una, a diario, adaptando su vida al modelo; otra, al final del período, en el momento del balance y el ajuste del mecanismo. La responsabilidad se traspasa al sujeto del dominio, pasa de inmediato del estado de control al individuo; en un juego de manos audaz, el siervo es ahora, también, enfermo, paciente, usuario, ciudadano o consumidor responsable, carga sobre sus espaldas la pesada responsabilidad de controlarse a sí mismo y dar cuenta, como culpable, de sus actos, para sí y para el resto de la comunidad. La inocencia pasa toda ella al hecho político, a la situación dada que se considera no contaminada, pura e indemne a los errores del individuo. Todos son responsables excepto la causa real y los cómplices y colaboradores de la causa. La figura del ángel de la guarda vuelve a planear, con su pureza virginal, sobre el panorama de la historia, como ángel exterminador que viene a juzgar, pasar cuentas y cerrar el ciclo.