XII

El flujo guardián es un flujo en estado crítico, tiene la crisis como naturaleza propia, en toda su gama de alzas y caídas, bajo aceleraciones positivas o negativas. Hacer política es una forma de trastorno, de desarreglo psíquico y físico sistematizado, un despliegue sucesivo de series de equilibrios y desequilibrios concomitantes; la imposición de un orden ligado a la instigación de un desorden opaco, sordo, pero eficaz. El resultado es el ciclo y la secuencia, que pasa de un sujeto a otro a la velocidad apropiada según su grado de conductividad y resistencia. La unidad personal, en estas condiciones, sólo existe desequilibrada, inestable, en un proceso continuo de estabilización y desestabilización, de descomposición y recomposición. El elemento de guarda que da solidez, consistencia a la persona, física o jurídica, implica una célula de desestabilización, un dispositivo oculto y contrario a los fines que la conciencia se propone a sí misma, desde el interior, y que se proponen, desde diversas instancias e instituciones, desde el exterior. El fin es ilusorio, es una forma de distracción, de entretenimiento que ocupa la vida entera, sin jamás poder alcanzarse, porque su propio diseño interno, su estructura, contiene un mecanismo de invalidación, de cortocircuito, un dispositivo de autodestrucción o de detención que hace imposible la consecución del objetivo, llegar al final que estaba previsto. La política en su práctica diaria es la previsión fallida, que se prevé errónea desde el principio; la promesa de imposible cumplimiento desde que se formula, no por la evolución de los hechos o el cambio de coyuntura sino por su sustancia y definición intrínseca. El desequilibrio, la quiebra, es connatural e inherente al poder; el estado de estados siempre es un estado fallido, en bancarrota, que se derrumba y se recupera, se hunde y se alza, como un barco en medio de la tempestad.