XVI

En una pista de atletismo al aire libre, filas de agentes antidisturbios con el equipamiento estándar hacen prácticas. Atentos a la orden de un superior, simulan cargas policiales para dispersar manifestantes; corren en formación sin dejar huecos, cubriéndose las espaldas, hasta que se paran en seco y aguantan la posición. Repiten la misma secuencia de movimientos un buen rato; es un día soleado. En sus rostros corre el sudor. No se trata de una prueba olímpica. Frente a la puerta de la habitación de un presumible paciente psiquiátrico, que ha expresado su voluntad de no ingresar en el centro, el médico residente y los enfermeros planean la estrategia para reducirlo en caso de que no logren convencerlo de la necesidad del ingreso. A la orden de "¡Ahora!", se abalanzarán sobre él, uno lo cogerá de la pierna derecha, otro de la izquierda, y uno más le inmovilizará los brazos desde la espalda. Así sujeto, lo echarán en la cama mientras el psiquiatra le inyecta el sedante. No quiere quedarse, para qué; a la que hace el menor gesto de dirigirse hacia la puerta, la señal fatídica dispara los movimientos. Ahora descansa en una cama que no había pedido. La fluidez y la aparente naturalidad del ejercicio del poder necesitan planificación meticulosa y entrenamiento a diario, sin pausa.