XXI

No deberíamos menospreciar la capacidad de cambio y transformación de la sustancia política, la guía espacio-temporal, encarnada en palabras, imágenes y espacios, su habilidad para la metamorfosis y la invención continuadas. El flujo guardián, como todo fluido, es una materia metamórfica, compresible y elástica, que sorprende con la asignación de nuevas tareas a los individuos prototipo, a los sujetos de prueba envueltos en su corriente, manteniéndose a flote o hundiéndose como peso muerto. Una mujer entra en el vagón del metro; lleva una guitarra desvencijada. Empieza a tocar algo casi irreconocible, y sólo la voz que la acompaña permite hacerse una idea vaga de la música. NO pasa ni un minuto; en la siguiente estación sube un guardia de seguridad que la hace callar y la invita a salir. Ya se conocen. ¡Qué!, ¿cuántos has cogido hoy? El guarda, con cara de resignación, le señala la cámara en la parte superior de los monitores. Es una novedad reciente; el conductor del metro, aparte de conducir, está obligado a controlar las imágenes que le envían las cámaras del interior de los vagones. Para los casos previstos, como los músicos ambulantes, debe avisar para su desalojo. Mientras el guarda acompaña a la mujer al exterior, todavía alguien tiene el gesto de seguirla y darle algo. Se lo ha ganado. Otro tanto sucede con la acción social que deben soportar los empleados de corporaciones y entidades bancarias, a modo de fuego de cobertura, pantalla de humo de la que deben hacerse cargo. Los bancos llevan a cabo, en los distintos países en los que están presentes, proyectos adaptados a las circunstancias sociales y económicas locales; en muchos casos, los empleados participan como voluntarios forzosos. El diálogo con las ONG es fluido y constante. La actividad fuera del horario laboral abarca desde la mejora de las escuelas públicas a los community days, en los que los empleados del banco realizan actividades de voluntariado en organizaciones benéficas locales, o incluso se colabora en la construcción de viviendas para personas sin recursos. Como en el caso de la ayuda humanitaria de los ejércitos, la confusión y ampliación de las tareas asignadas crea sobre el terreno una red tupida, extensa, un entorno cambiante, metamórfico y ubicuo del que es muy difícil librarse. Por todas partes parece darse una misma cosa, en la administración, en el trabajo, en la intimidad, en el ocio, sin límites impregna todas las capas de la sociedad con una ambigüedad moral aplastante. El mayor beneficio que podrían tener los beneficiarios de estas acciones sociales, sería que el banco cesara su actividad ilusionista: crear beneficios ficticios en segundo grado, a partir de la volatilización de la ficción en primer grado de los ingresos reales. El crédito y los dividendos no son más que una escalada en la abstracción que tiene su punto de partida en el dinero. La moneda lleva el germen de su propia destrucción.

XX

La única virtud conocida es la inoperancia, una no-política sistemática que lleva más allá la obsolescencia programada hasta la desaparición sin programa, la desactivación como ausencia de plan. Una existencia silente, privada del habla, que no tiene, ejerce ni se somete a ningún poder; sin apenas fuerzas, incapaz de nada, inoperante, no cumple los requisitos mínimos para entrar en el juego de la política, es desestimada, apartada a un lado porque no puede, es demasiado débil, carece de las habilidades necesarias. Es una posibilidad, la imposibilidad manifiesta de actuar, la gloria de la ausencia y la inutilidad. Hay otro tipo de silencio, más peligroso, el silencio del acto, que calla porque actúa, sin decir palabra, sin dar explicaciones, como un vendaval. Una acción silenciosa y anónima que actúa porque no puede más, sin importarle las consecuencias ni los objetivos, entre la vida y la política, la ausencia y la presencia, se sitúa en los límites de la representación, en la cuerda floja, a punto de perder el equilibrio, de caer en la inacción o de manifestarse en un acto público, violento o pacífico, representativo y de representación, que lo lanza a las arenas de la política, sin posible marcha atrás. No es una vida virtuosa en ninguno de los sentidos; la acción es el último recurso de los que han agotado todas las vías, una vida acorralada, cercada, que segrega las acciones bajo una presión desproporcionada, insoportable, y en aumento.

XIX

La vida es una forma de ausencia, LA forma de la ausencia; arte de no-ser, espectro de existencia, desaparición forzosa, estar ausente de continuo, desvanecimiento gradual, no estar en ninguna parte: ab-sere. El orden político es paralelo al orden ontológico, el estado de guarda es un estado del Ser, esto es, contrario a la vida. Por su lado, el estado de ausencia no forma estado ni es estatal y sólo se guía por una exigencia de éxtasis, distante al infinito de la detención política, diferente de todos los protocolos de estasis y coagulaciòn de la experiencia. La ausencia es la única resistencia que dedica todas sus fuerzas a la construcción de (una) vida singular, incomparable y concreta. En su carta de naturaleza se distingue por igual de la resistencia atrapada en la lucha, en la dialéctica del Ser, de la insistencia, que busca perseverar en las posiciones, como oposición, choque y confrontación de fuerzas, a pesar de que pueda ser necesaria, inevitable, cuando la vida corre peligro, sin ser propiamente vital. Es una opción política dentro del orden político. Y de la resilencia, como capacidad de adaptación, la flexibilidad como criterio imperante, unida a la desensibilización progresiva y la acomodación. Ninguna resistencia verdadera al ordenamiento político puede ser política, no puede guardar nada para sí, ni para los otros, ni ponerse en guardia frente a ninguna situación. Desde este punto de vista, en un mundo que hace del ruido, la propaganda, la escenificación de todos los actos y la exhibición, consigna y valor indiscutible, plantea serias dudas que la mera movilización e indignación, la continuidad del ruido, signifique un verdadero cambio de rumbo, una creación de formas de ausencia. Más bien es una continuación de la retórica del ser, el triunfo de la representación, una forma más de ganar presencia, de hacerse presente. Son mucho más estremecedoras, conmueven el alma, las incontables personas silenciosas, las vidas secretas, que llenan las calles, que buscan dónde dormir, cómo sobrevivir, que intentan vivir su vida. El silencio es demoledor. Es otra cosa que el ruido; no pertenece a la política, es exterior al lenguaje y al intercambio de todo tipo, social o económico. No es cuantificable ni monetizable; estéril, no se somete a ningún criterio de eficacia ni acumulaciòn de capital. Está por todas partes sin estar en ninguna. Es la forma imaginable más pura de la resistencia, acto de (por) vida.

XVIII

Lo que se puede esperar de las unidades de vigilancia, lo servicios de atención y detención de los dispositivos políticos se muestra con claridad en el contraste entre la solicitud, las buenas formas y la diligencia, inmersa en una abundante información al cliente, previas y simultáneas al uso de las máquinas expendedoras de billetes o productos, y el trato que recibe el usuario después de completar la operación, a todas luces desconsiderado y poco elaborado técnicamente en comparación, demasiado brusco, una vez que la máquina obtiene lo que quiere. El billete y la compra, junto con el cambio, es arrojado de cualquier manera, como despojos que hay que atrapar al vuelo, antes de que caigan por el suelo, de rodillas si hace falta. Nada importa ya. El usuario es prescindible y sacrificable una vez que ha sido usado. El pago con tarjeta y las protecciones flexibles de plástico silencian esta evidencia.