XXII

El flujo guardián es un extraño movimiento vuelto primero en contra de sí mismo y luego contra los otros flujos; la tranquila ferocidad que aplica sobre los demás es proporcional al grado de ensañamiento consigo. La política es (la) práctica de esta inversión de flujo, cambio de polaridad, es el arte del estado, la estasis continua que promueve por un lado lo que detiene por otro, coagula sin piedad sus propias secreciones, castiga lo que induce y premia lo que prohíbe, carrusel de la sinrazón, como un padre que devora a sus hijos a medida que salen a la luz. El estado de guardia y de guarda aparece en todo su esplendor en el estado de excepción, apoteosis paradójica del dominio y la metamorfosis política, donde todo es posible bajo el mandato de una ley variable, una norma modulada en mil frecuencias. El futuro que (nos) aguarda es la equiparación, la indiscernibilidad del derecho y los hechos consumados; del gobierno elegido en las urnas y los gobiernos de concentración, de unidad, promulgados por instancias fuera de toda elección, inderogables; del tiempo sin valor, abierto, y la actualización constante de los valores éticos, económicos o logísticos, sujetos a cambios imprevisibles; de la vida como excepción y la instauración de una situación excepcional, gestada meticulosamente, con pasos calculados, que propone como solución la intensificación del problema,  llevar al límite la excepcionalidad, hasta que nada sea excepcional, normalidad de lo inimaginable. Todo será NORMAL ahora. Después de un período de plena asistencia, prodigalidad de los servicios de atención; de la recogida de datos, de la confección de los censos y las tablas estadísticas; de la guarda de los individuos, los cribados, las inspecciones, los exámenes, la tutela de los sujetos del estado; se pasa, sin transición, a una progresiva desasistencia, a la promoción de un estado de desamparo ligado de forma indisoluble a un estado de excepción, a una liberación de los sujetos a su propia carencia y miseria, a una exclusión de los eslabones débiles de la cadena que el trabajo previo del estado ha marcado en su lista negra. El trabajo no los hizo libres, ahora lo serán, en una vuelta de tuerca cínica, para no poder hacer nada, para hundirse en la miseria; es la libertad de la impotencia, de la frustración, como la imagen negativa, paródica, de una existencia paraestatal. El flujo guardián está dejando ir lastre para ir más rápido, para salir a flote, evitar su propio naufragio, y ahogarse en su propia sangre; todo aquello que guardaba, la multitud de sujetos como unificación de flujos, es abandonado a su suerte, liberado a un mundo hostil que no cuida de ellos, rebaño conducido lentamente hacia el despeñadero, libre para saltar al vacío. La liberalización del estado, su fluidez extrema, sigue la máxima de dejar de cuidar todo lo que cuidaba hasta el momento, desocupar los flujos, despreocuparse, descuidarse de sus propias capturas y liberarlas, sin ser capaces de sobrevivir por ellas mismas, a un destino incierto, extensión desértica sin reservas de agua. El gobierno tiene como hito el desgobierno, es su finalidad última; el suicidio político será la escena de fin de siglo.